Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 4 de febrero de 2012
Si se tratara de una novela, sería difícil definir el subgénero: ¿terror, drama, retrato social? Hay mucho de aquellos tres elementos. Pero, por desgracia, la historia que se cuenta aquí no es el fruto de la imaginación creadora. No, es crudamente real, y a ratos asfixiante por la muestra incomparable de cómo se constituye un sistema perverso de dominación y degradación en el seno de una comunidad que, al contrario, debería ser un lugar de encuentro liberador y enaltecedor. No hay que ser católico para captar esa radical diferencia y advertir hasta dónde y con qué malas artes un personaje mediocre, un Rasputín mapochino, como lo denomina Carlos Peña en el prólogo, usó una institución para sus propios fines, tan distintos a los que proclama la Iglesia Católica y su sistema doctrinario y tan reñidos, en fin, con el principio universal del respeto a la dignidad e integridad de las personas.
Siempre habrá cabos sueltos y hubo numerosas personas –sobre todo del círculo íntimo de Karadima- que no quisieron hablar con los autores; pero sin duda este libro es un paso gigante al lado del anterior sobre el caso, de María Olivia Monckeberg –más asentado en las entrevistas-, y del ya contundente dossier de prensa acumulado. La acuciosa investigación se remonta décadas en el tiempo y se interna profundamente en la vida interna que carcomía las paredes de la iglesia de El Bosque. Como toda buena investigación, ofrece datos e historias muy bien ordenadas al tiempo que plantea muchísimas preguntas. Cuando el mapa de silencios, omisiones y complicidades queda tan bien expuesto, es inevitable pensar que las consecuencias de la investigación deberían ir mucho más allá de la condena a Karadima. Cuando una denuncia tiene tan fuerte respaldo en los hechos y en los testimonios, hay que preguntarse por qué no hay una reacción institucional más severa y radical. Pero el valor del libro va aún más allá. Hay un retrato de un sector de la sociedad chilena que revela todas sus debilidades y voluntarismos. La historia de Karadima, estremecedora por la maldad y fatuidad de su principal protagonista y por los incontables abusos que cometió, es también el retrato implacable de un grupo de élite que prefirió el silencio, el disimulo, el enterrar la cabeza en la arena -en tiempos en que tal actitud era, también una opción política-, a enfrentar la realidad tal como es.
Varios autores. Ciper/Catalonia/UDP, Santiago, 2011. 478 páginas.
Un excelente artículo. Concuerdo plenamente, esto no ha terminado, simpre que se atrapa un criminal se busca cómplices, encubridores, protectores..¿porqué no hay nada de ello?¡Caramba ue poderosa es la Iglesia!