Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 28 de enero de 2012
Este libro es una suerte de crónica autobiográfica sobre la iniciación del autor en la práctica del budismo tibetano. Una crónica cuyo estilo recuerda –y no de manera tan lejana- el registro cotidiano que llevó a cabo Marcelo Matthey en Cosas que me han pasado, pero con una orientación más definida y harto más desparpajo. Pero el procedimiento es curiosamente parecido, el registro de lo que le ocurre al protagonista sin acallar el flujo mental que nombra, designa y adjetiva a medida que las cosas ocurren. Y dado el objeto de la crónica, el contraste es curiosísimo; si, por una parte, narra en detalle los ritos budistas y describe las personalidades tanto de los maestros como de los aprendices (él los nombra de otra manera), también incluye observaciones muy poco ortodoxas, como que una de las budistas chilenas tenía «piernas cortas y anchas, nada de poto y unas tremendas tetas». Quizá el secreto de su eficacia narrativa está en esta frase: «Estoy en el punto en donde se comienza a producir un giro: ahora lo que me parece ridículo es la incredulidad, aunque la encuentro mucho más soportable que el engrupimiento». Es decir, en el libro hay una auténtica y seria búsqueda de una respuesta –o de una vivencia- espiritual, pero la actitud del autor está a años luz de la del predicador, del apóstol, del dueño de una verdad que hay que difundir. Del engrupido, en términos chilenos. Y por eso su mirada es, a ratos, tan descarnada y tan ácida en sus juicios, lo que a la vez la hace muy atractiva y transforma esta crónica en algo mucho más complejo e interesante.
Dice Roberto Merino en el prólogo que «podríamos hablar, en relación al libro, tanto de ensayo como de novela, diario de vida o registro autobiográfico, y siempre nos sobraría o faltaría algo». Razón tiene, aunque la dimensión autobiográfica es, con mucho, la más provocativa e interesante, por el aura de sinceridad y la capacidad de no eludir temas que generalmente tienen un tratamiento elíptico (por ejemplo, la masturbación o el deseo casual por una acompañante en el ascensor). La dimensión ensayística puede estar dada por cierto hábito epigramático o aforístico; de tanto en tanto, Olivero suelta frases que caben con soltura en aquel género y suelen ser, también, interesantes aproximaciones a lo que significa, simplemente, vivir, no solo en este país y en este tiempo.
Sebastián Olivero. Hueders, Santiago, 2011. 229 páginas.