Sobre la «Narrativa completa» de Adolfo Couve

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 25 de julio de 2003

Adolfo Couve fue pintor y escritor. Dos hechos recientes recuerdan su doble militancia: la estupenda exposición que se montó el año pasado en el Museo de Bellas Artes, que muestra el trazo ancho y las grandes superficies de colores con que retrató, sobre todo, las casas, las playas y las personas de la ciudad donde habitó tanto tiempo, Cartagena.

El segundo es la edición de su Narrativa completa, por la editorial Planeta, con prólogo de Adriana Valdés. La oportunidad de encontrar textos agotados junto a sus títulos editados recientemente es, sin duda, valiosa y hay que reconocer el mérito de la editorial en el rescate de un personaje singular dentro de la narrativa chilena.

Se suele comentar la obsesión de Couve por la corrección, por afinar la frase, el párrafo y el cuento o la novela hasta la pretendida perfección, entendida en este contexto como la adecuación completa entre lo que el autor pretendía y el texto tal como se presenta ante los ojos del lector. Se suele rescatar también su atemporalidad, su deliberada ubicación fuera de las corrientes literarias en boga, como si el siglo XX aún no hubiera transcurrido. «Impresionista» es el calificativo más socorrido para describir su prosa, evocando las imágenes fuertemente subjetivas de grandes pintores y músicos de finales del siglo XIX.

Hasta aquí la versión oficial, o la suerte de consenso en torno a la obra narrativa de Couve. Sin embargo, la lectura del texto completo induce a más dudas que certezas, y bien puede ocurrir también que sea uno de los autores más sobre valorados de la narrativa chilena. Desde Alamiro a Cuando pienso en mi falta de cabeza (la segunda comedia), se advierte cada vez más un exceso de corrección que rigidiza la prosa, unas frases plagadas de comas cuya corrección académica es indudable, pero que hacen tropezar al lector a cada momento; y el uso de un lenguaje arcaizante, acorde con los tiempos y lugares elegidos, parece más dictado por un diccionario de sinónimos que por la incorporación natural de un léxico establecido en el dominio del lenguaje del escritor.

Y esa rigidez no es sólo sintáctica o léxica; muchas de las historias acusan demasiado una planificación estricta que bien puede ser fruto  del desconcierto ante la página en blanco más que de una auténtica inspiración creadora. Comparada con el trazo libre y suelto de su pintura, su narrativa aparece encorsetada, dura, sólo en ocasiones liberada de la presión que el escritor ponía sobre sí mismo. Una escritura, en fin, que habla más de la dolorosa lucha contra la palabra que de un mundo narrativo que separe al autor de su texto, de una voluntad expresiva que se estrella de frente contra la incapacidad de dejar fluir con libertad tanto la imaginación como la escritura. Como escribí en otra parte a propósito de su última obra, con frecuencia la narrativa de Couve se ajusta a su propia definición del Purgatorio: «una mediocre réplica de lo auténtico».

Adolfo Couve. Seix Barral, Santiago, 2003. 477 páginas.

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