La estupidez, ese amor inconfesable, ejerce sobre nosotros un poder hipnótico, una atracción invencible. La he sentido yo muchas veces en el tranvía, en los lugares públicos, en el café. Estoy sentado en el café y, junto a mí. que voy vagando por los más inexplorados continentes de la inteligencia, se sientan unos desconocidos. Como suele ocurrir, las palabras de éstos exhalan una estupidez inefable, inspirada. encantadora. Poco a poco se va difuminando mi aventura, pierdo la pista de mi viaje solitario, cedo a la llamada primigenia de la estupidez, mi oído se llena del canto de la sirena. ¡Inteligencia, yo te saludo! No pienso más, no busco más, no quiero más. Una suavísima languidez me va invadiendo de la misma manera que, en el desenlace de un prolongado insomnio, nuestros nervios, finalmente, se disuelven en la extenuación voluptuosa del sueño. Y ahora me dirijo a vosotros y pregunto: «Para nosotros, hijos de la Inteligencia, para nosotros, hijos del Pecado, ¿no es quizá esta llamada la lejanísima, nostálgica llamada del Paraíso perdido?».
Alberto Savinio. Nueva enciclopedia, pág. 144. Acantilado, Barcelona, 2010. Traducción de Jesús Pardo.