Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 22 de octubre de 2011
Oliverio Coelho es uno de los representantes de la nueva generación de escritores argentinos -y latinoamericanos- que entra con fuerza en una escena que, a pesar de los bandazos de la industria editorial y las sempiternas dificultades de llegada a países distintos al de origen, está reinstalándose en el imaginario cultural iberoamericano. Editoriales independientes como Duomo, Periférica, Anagrama, Almadía, Interzona, Sangría -en España, México, Argentina o Chile- y también algún buque insignia de los grandes grupos, como Mondadori, enriquecen catálogos que restablecen la circulación y el diálogo entre editores, escritores, lectores y críticos. Es una manifestación saludable que debería haberse producido al ritmo en que tantas otras cosas se globalizan.
Pero mejor vayamos a esta novela que muestra a un escritor ya maduro y asentado en su manera de abordar la ficción; es su séptima novela, récord nada despreciable para alguien que aún no cumple 35 años. Hay una tradición argentina -de la que también se apropió Bolaño en El gaucho insufrible– que contrasta el interior del país con la vida porteña, aunque en este caso la capital federal pasa apenas por la trama y muestra su peor rostro, el de la burocracia sensible a la coima y los barrios desangelados que proliferan hacia el sur. En el marco, pues, de la provincia detenida en el tiempo que recibe a porteños errantes, Coelho instala una historia familiar sumamente anómala, hecha de abandonos y soledades, que poco a poco cede paso -o incorpora, más bien- otro tipo de componentes (una intriga policial) que van demarcando el desarrollo de la trama sin agotar lo esencial: una búsqueda permanente de la reconstitución de historias truncadas y enigmas familiares que a veces es mejor dejar tranquilos. El cristalino estilo de Coelho no contradice para nada la complejidad formal de la novela, cuya estructura escala décadas en historias de extraña simetría, donde cada abandono parece tener un espejo. Ese estilo, aparte de claro y seguro de sus medios, acompaña una melancolía firmemente instalada en cocinas invadidas por insectos y colchones rechinantes donde el sueño es sólo ronquido y pesadilla.
Oliverio Coelho. Duomo, Barcelona, 2011. 261 páginas.