El trato que se le da a los perros en Constantinopla indica que los turcos sienten poco amor por el animal llamado «amigo del hombre». Y es de comprender. Inexistente en el mediodía, el amor por los perros nace y va creciendo a medida que pasa del medidía al septentrión. Y en la variación «climática» de este sentimiento influyen mucho los cambios en las creencias religiosas.
También Schopenhauer, hombre septentrional, sentía amor por los perros. Junto a la ventana de su cuarto de trabajo una piel de oso, extendida sobre el suelo, indicaba el lugar en que solía echarse aquel a quien el señor de la casa llamaba «su mejor amigo». Era éste un precioso perro de aguas blanco al que Schopenhauer, amante de la filosofía india, había dado el nombre de Atma, que significa «alma del mundo». Pero un día de 1849 murió Atma, y el mismo día Schopenhauer fue a una perrera de Francfort y encontró un precioso perro de aguas blanco al que impuso el nombre de Atma, que significa «alma del mundo», le enseñó a tumbarse sobre la piel de oso que había junto a la ventana de su cuarto de trabajo y se puso de nuevo a escribir El mundo como voluntad y representación. En el fondo, el amor de Schopenhauer por los perros era una simple necesidad de calor animal. Y son muchos los hombres para quienes también el matrimonio, que alguien definió como «una larga conversación», no es otra cosa que una simple necesidad de calor animal. Nietzsche expresa más poéticamente esta misma necesidad con un verso: «Dadme manos frías y corazones braseros…».
Alberto Savinio, Nueva enciclopedia, págs 87-88 en la edición de Acantilado, 2010, 407 páginas. Traducción de Jesús Pardo.
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Hombre, Baphomet, tú por aquí…