Póker

Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 23 de julio de 2011

El poder de seducción de una crónica bien puede medirse por su capacidad de lograr que el lector se embarque a conciencia en un tema que le es ajeno. Ese es el efecto que puede producir Póker. Crónica de un gran juego, de Al Alvarez, un libro fundamental para los interesados en el buen periodismo narrativo. El autor, un poeta inglés aficionado a aquel juego, le propuso al editor de The New Yorker, a comienzos de los ochenta, una serie de crónicas sobre la Serie Mundial de Póker que se llevaba a cabo en el Horseshoe, uno de los casinos menos rutilantes –y con más libertad para apostar- de Las Vegas. “Era la clase de combinación extravagante” que podía interesar a la revista.

Y vaya que fue interesante. A los veteranos apostadores, en su mayoría texanos con sombrero Stetson, gruesas cadenas de oro y enormes puros en la boca, les cayó bien ese “tipo bajito con un acento chistoso” que los hacía reír y al que además le gustaba el juego. Alvarez se instaló una temporada en Las Vegas, en el centro (el Glitter Grunch, lejos de la parafernalia de neón y cemento del Strip, la avenida en donde están los grandes casinos), un barrio donde sólo se va a jugar. A perder, más bien, para la inmensa mayoría de los mortales. Alvarez retrata todo tipo de personajes, desde aquel inglés de 46 años que descubrió en Las Vegas un camino para perseguir de verdad las ensoñaciones que lo acosaban desde la adolescencia, dejó a su familia, abandonó su negocio y le propuso matrimonio a una puta. Ella le dijo, acariciándole la cabeza con compasión: “tú vendes telas, yo vendo coño. Ese es mi trabajo”. Pero los reales protagonistas son los grandes jugadores, que pierden el horizonte de lo que significa en realidad el dinero y juegan desde la abstracción sumas de vértigo en un modo de vida inimitable que internet y la televisión han logrado situar en modo pretérito, tal como Alvarez cuenta en el prólogo de 2008. Pero el juego sigue igual. Un texano que prefirió el anonimato le dijo al autor que “Las Vegas es como un parásito que se alimenta de dinero”. En todos los casinos, con todo, hay límites para las apuestas. En el Horseshoe, no. Y ahí, en ese casino pequeño, mal iluminado y saturado de humo de cigarrillo, el vértigo nunca se detiene.

Al Alvarez. Hueders, Santiago, 2011. 243 páginas.

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