Reseña publicada en la revista «El Sábado» del diario El Mercurio, 9 de julio de 2011
Hay una cierta tradición, tanto literaria como pictórica, que habla y construye desde la ingenuidad, legítima o impostada, real o fingida. En literatura está el caso de Violeta Quevedo (seudónimo de Rita Salas Subercaseaux), una viajera impenitente que volcó sus impresiones en textos sorprendentes, únicos, originales, articulados tanto desde el desdén aristocrático como desde la ignorancia provinciana. Imposible no recordarla cuando se lee Sobre cosas que me han pasado, de Marcelo Matthey, una suerte de diario escrito entre 1987 y 1990 y única publicación del autor (en realidad, son dos libros, reunidos en un solo volumen en esta edición; el primero se llamó Todo esto lo escribí entre diciembre de 1997 y marzo de 1988; el segundo, en tanto, tiene el nombre del volumen que ahora los reúne. Matthey los autoeditó en 1998 y 1990). Pero si Violeta Quevedo viene a la cabeza no sólo es en razón de la mirada naif, sino también desde la profunda diferencia entre dos operaciones narrativas de muy distinta orientación. Matthey no habla desde la ingenuidad de la ignorancia o de la soberbia. Hay quien dirá que ni siquiera es ingenuo. Lo que hace es moverse por distintas ciudades, calles, casas y playas y anotar después lo que vio o sintió o pensó durante esos desplazamientos o momentos, pero rescatando casi sólo los procesos, la línea de tiempo en que las cosas ocurren y pasan por la cabeza, el rastro de las asociaciones que se suceden así como se suceden los pasos de alguien que camina en una calle. El grado de autoconciencia del autor enfrentado a su deliberada omisión de un paso más en la reflexión son lo más llamativo de estos textos livianos, ágiles, cotidianos, compuestos de nimiedades, inasibles en más de algún sentido, que omiten los nombres de los personajes que no forman parte de la familia, que reducen el paso de la historia al hecho de caminar, hacer fila, votar (hablamos del plebiscito de 1988) y salir de ahí para llegar a la casa y tomar un vaso de leche, que parecen navegar en la superficie de las cosas. Impresiones inmediatas, momentos fugaces que normalmente se pierden en el tiempo, que Matthey trató de atrapar en esa sucesión de apuntes cuya gratuidad puede ser tan desconcertante como la pulcritud de su escritura.