Limbo para suicidas. Dos libros de Etgar Keret

Columna publicada originalmente en El Post el 15 de marzo de 2011.

Aunque existe una ancha y extensa huella de literatura judía en la cultura occidental (hay tantos y de tan distintas latitudes: Joseph y Philip Roth, Saul Bellow, Stefan Zweig, Isaac Bashevis Singer, Elias Canetti, Alejandra Pizarnik, por nombrar algunos), sólo una pequeña parte de ella proviene del moderno Estado de Israel. Es explicable sobre todo por la juventud del país, nacido oficialmente en 1949. Hasta entonces, y de manera totalmente habitual hasta nuestros días, la literatura judía se inscribe o se solapa en otras tradiciones y contextos; excepto, claro, en Israel.

Algunos escritores de ese origen han alcanzado un amplio reconocimiento en el ámbito literario: Amos Oz ha sido un recurrente candidato al Nobel de Literatura y no hay dudas sobre el gran talento literario de David Grossman. En una segunda línea -de lo que yo conozco, claro-, hay una interesante escritora de novelas policiales, Batya Gur, y otro escritor sefardí que suele aparecer en campañas de activismo por la paz con Grossman, Abraham B. Yehoshúa. Entre los que han traspasado las discutidas fronteras de Israel está Etgar Keret, mucho más joven que los anteriores (nació en 1967) y, según reportan las contratapas de sus libros y la entrada en wikipedia, el más popular entre los jóvenes de su país. Es que Keret escribe desde otras coordenadas. O quizá desde las coordenadas que le corresponden, y por tanto su discurso narrativo escapa de manera tan marcada de lo previsible.

Me explico: es un escritor que pertenece a su tiempo y nació ya en un país con tradición e identidad, por lo que le cuesta menos romper con las convenciones y proponer una mirada desde un cierto margen. Y digo “cierto” porque el contexto sigue ahí –el aislamiento del Estado de Israel, las distintas maneras de entender el judaísmo en tanto religión-, pero Keret lo interroga desde dentro y sin tapujos. Claramente está a mucha distancia de las posiciones más ortodoxas y de estricta observancia de la Torá; y sin duda que parte de su popularidad entre los jóvenes tiene que venir de su capacidad de plantearse preguntas y dudas a través de relatos donde la ironía, la tristeza y el humor se conjugan en una fórmula singularmente seductora.

Pizzería Kamikaze es el único relato, considerados los dos libros leídos para esta columna, que rebasa las cuatro o seis páginas. Dan ganas de considerarlo una nouvelle. Cuenta lo que le ocurre a un israelí cualquiera que decide suicidarse y va a parar a una especie de limbo para suicidas, donde todo es igual, con la diferencia de que no puedes optar por la vía rápida para salir de esa existencia tan inane como monótona, un mundo donde todo parece difuminarse y la magia –totalmente inútil, en todo caso- irrumpe sin que la llamen. Desolador, pero, sin embargo, atractivo, ilustra de manera perfecta lo poco tradicional que es Keret en su apreciación de la religión y el más allá (otro cuento magnífico, El coctel del infierno, se ambienta en una ciudad uzbeca que colinda con una puerta al infierno; por ahí salen los condenados que tienen permiso por un día cada 100 años para dar una miradita a un paisaje tan desolado, probablemente, como el que está al interior de la puerta).

Otros cuentos abordan la política, el servicio militar, la locura, los amores, el erotismo, pero siempre desde una perspectiva distinta. Quizá haya que subrayarla: aunque Keret varía el tono de sus relatos, suele incluir herramientas que ponen en cuestión la realidad o la abren hacia otros derroteros. De ahí también que es difícil de definir y le caen etiquetas, como la de “posmoderno”, de las que él se defiende: “todavía no encuentro a alguien que me explique qué es posmodernismo. A veces pienso que es como una papelera en la que todos arrojan a todos los artistas que no pueden definir de otra forma”. Quizá mejor es la definición que él mismo se aplica: “Corto y no del todo claro”, pero es obvio que Keret es mucho más que eso. De todos modos, se trata de una experiencia de lectura totalmente recomendable. En Chile circulan las ediciones mexicanas de sus libros, de la editorial Sexto Piso, distribuida por Hueders (el más reciente, Un hombre sin cabeza, aún no llega); pero también hay ediciones españolas –más caras-, de Siruela (aunque algunos están agotados).

Extrañando a Kissinger. Sexto Piso, Ciudad de México, 2006. 209 páginas.

Pizzería Kamikaze y otros cuentos. Sexto Piso, Ciudad de México, 2008. 107 páginas.

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