Se supone que este blog existe precisamente para fijar en unas líneas la impresión de las recientes lecturas, antes que pasen a categorías como «lo lei, pero no me acuerdo mucho», o, peor aún, «creo que lo leí». Y estas líneas, a su vez, son una suerte de cita a una de las primeras entradas del blog, cuando estaba leyendo, con mucho provecho, Cómo hablar de los libros que no se han leído. Y me arrepiento de no mantenerlo más al día, aunque en rigor la mayor parte de mis lecturas sí queda registrada, ya sea en las reseñas de El Sábado o en mis ocasionales columnas en El Post. Pero algunas quedan fuera y con mayor razón en estas últimas semanas, cuando decidí darle prioridad a ponerme al día con lecturas pendientes. Partí con un buen montón de Anagramas, editados, la mayoría, hace más de 10 años:
Vestida de cuero, Alasdair Gray.
Vales tu peso en oro, J.R. Ackerley.
El cuarto oscuro, Louise Welsh.
Un libro para niños basado en un crimen real, Chloe Hooper.
El demonio vestido de azul, Walter Mosley.
Vayamos de atrás hacia adelante. El de Mosley es el primero de la serie del detective Easy Rawlins y el único que no había leído de los seis editados por Anagrama, y en realidad es crucial, porque ahí se explica por qué Rawlins es detective, por qué tiene un cierto capital que le permite vivir de sus rentas y quién es el niño mexicano que adoptó. Muy bien, es una excelente serie, aunque ahora se me antoja decir que se lee demasiado rápido. Es una virtud desde el punto de vista del género -nada peor que una novela policial chiclosa-, pero un defecto si se mira un poco más allá. Hace poco, y lo escribí en este blog, leí un libro reciente suyo y lo encontré derechamente un bodrio.
El libro de Hooper, australiana, está ambientado en la isla de Tasmania, donde primero se instalaron las colonias penales del Reino Unido. Es una novela interesante y desconcertante: ¿qué son esos wombats, possums y otros animales que se cruzan en los caminos y mueren atropellados, mientras otros, en capítulos intercalados, investigan los crímenes de los humanos? Raro vivir en un territorio así. Como dice la protagonista, «imagínense lo que es tener la sensación de vivir en el fin del mundo y, al mismo tiempo, saber que es cierto». Esa pareja tan habitual, el tedio y la culpa, mueve una trama extraña donde los niños aprenden a domesticar la mirada y los adultos se hacen zancadillas. Bueno, es un decir. Se deshilacha al final, pero no diría que es mala. Y pensándolo bien, podría hablarse mejor de un trío -el tedio, la culpa, el deseo- y queda mucho mejor.
Me paso a J.R. Ackerley. El más interesante de todos, el único de los (nuevos) autores (para mí) del que compraría y leería todo lo que hay en el mercado. Curiosamente también va de un trío, pero los vértices son totalmente distintos: la soledad, el miedo y ya, el deseo, ese factor que se distribuye quizá más parejo que cualquier otro. Hay una perra, pero no zoofilia. El narrador y protagonista es gay, pero el objeto del deseo no es un hombre. En fin, que hay que leer a Ackerley. Acaba de salir una reedición de Mi padre y yo, que supongo que llegará pronto, y hay dos ediciones recientes de Mi perra Tulip: Anagrama, que no llegó a Chile en la última remesa, y Beatriz Viterbo, que supongo que tiene los derechos para América Latina.
Y pongo juntos a Gray y Welsh, ambos escoceses y exploradores de variados submundos de Glasgow. Ya escribiré algo más sobre ellos. Y también sobre otros libros de los que quiero hablar: La garchofa esmeralda, del argentino Alejandro Rubio (creo que irá en El Post), libro que despaché en el verano y que me pena; y El mal del ímpetu, una preciosa nouvelle o un cuento largo de Iván Goncharov que le llegó de regalo hace unos pocos días desde Barcelona. La edición es de Minúscula. Y prefiero ni mencionar los libros leídos a medias o simplemente hojeados de los que también me gustaría decir algo.
es muy buena la idea de guardar reseñas, supe hacerlo con la filmografía europea. No he leído ninguno de los títulos, así que es poco lo que puedo aportar. Me tiene muy atrapada lo hispano cuando no lo francés o italiano, y la relectura. Recuerda que Borges siempre hizo hincapié en esa necesidad, la relectura.