Para empezar, aclaremos: las décadas van del 1 al 10 y no del cero al 9. Esa discusión ardió con el cambio de milenio y las mayores celebraciones tuvieron lugar el año del cambio de folio –el paso de 1999 a 2000- y no cuando propiamente terminaron el año, el siglo y el milenio, el paso de 2000 a 2001. Ahora ocurre algo similar: menudean las evaluaciones de una década que aún no concluye, pero parece que se trata de una batalla perdida.
En segundo lugar, encuentro dificilísimo esto de armar listas de evaluación. Ya me cuesta para un año, cuanto más para un período más largo. ¿Quién, honestamente hablando, se acuerda de los libros leídos en 2001 0 2005? Y si hay que evaluar lo leído, ¿hay que incluir sólo los libros nuevos? ¿Qué pasa con los clásicos y con los libros que compramos a destiempo? Y más aún: ¿cómo salir del cliché, de los libros que todo el mundo reconoce como hitos?
Y, en tercer lugar, no entiendo la utilidad de las listas. Por muy buen lector que seas, y aunque tengas la obligación de leer al menos un libro por semana para escribir su reseña, el conjunto de lo que has leído es una gota en el océano. De manera que tu evaluación será necesariamente parcial y restringida no sólo por tu gusto, sino también por tu capacidad de lectura.
Dicho esto, intentaré hacer más bien la lista de los autores que en esta década –que no termina- he leído con mayor placer e interés. Habrá antiguos y modernos, nuevos y viejos. ¿Qué importa, si todo esto es un ejercicio de muy dudosa utilidad? En otras entradas irán relecturas, bodrios infumables y narrativa infantil-juvenil (y si me da el ánimo, ensayos).
Autores
1. Tengo que partir por el cliché, no hay más remedio. Los primeros cuatro años estuvieron marcados por Roberto Bolaño: aparecieron Putas asesinas (2001), Amberes (2002), Una novelita lumpen (2002), El gaucho insufrible (2003), Entre paréntesis (2004) y, sobre todo, su gran novela póstuma, 2666, uno de los pocos libros que volvería a leer ya. Aquí escribí sobre esta novela. Él fue, además, el gran motivador para leer a otros latinoamericanos de su generación, como Villoro, Rey Rosa, Aira y Castellanos Moya.
2. Rodrigo Rey Rosa. Guatemalteco, nacido en 1958. Leí casi toda su obra ya en esta década, aunque sus primeros libros son de 1992. El que más me ha gustado es Ningún lugar sagrado (de 1998). Es un imperdible. Ojalá que Anagrama recupere todos sus títulos, largamente desaparecidos del mercado editorial. Muchos –entre ellos, los últimos que editó por Seix Barral- nunca han llegado a Chile (pero sí a Buenos Aires, por fortuna). Entre los últimos, El material humano (2009) y Caballeriza (2006) destacan por un tratamiento distinto del narrador: Rey Rosa se incorpora como personaje. Y son buenísimas novelas, claro.
3. Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948). Es un antiguo conocido, de quien –creo- he leído todo. Destaca, entre lo que publicó en esta década, El mal de Montano 2002), novela que en parte transcurre en Chile (vino precisamente cuando ocurrió el cambio de folio). El narrador escribe, en la página 146: «Valparaíso será ya siempre la pólvora y el nombre de seis amigos chilenos: los Brodsky (Paula y Roberto), Andrés, Rodrigo, Carolina y Gonzalo. Con todos ellos pasamos la agitada noche del 30 de noviembre en una casa frente al Pacífico, en Tunquén, y al día siguiente, en un largo recorrido en coche y con la idea de celebrar el fin de siglo, nos dirigimos al Brighton de Valparaíso, donde teníamos reservadas la totalidad de las habitaciones -seis- de ese pequeño hotel que cuenta con una terraza realmente inolvidable, una terraza con una gran vista sobre la ciudad y la bahía, un espacio que hoy, con la perspectiva del recuerdo, me parece uno de los lugares centrales de mi vida». Entre sus últimos libros, me gustó muchísimo Dietario voluble.
4. Yuri Andrujovich (Ivano-Francisk, 1960). Partí leyendo El último territorio (2003; la edición española es de 2006) y me atrapó. Se trata de ensayos sobre su tierra natal, Gallitzia, un enclave que ha pasado por muchas manos. Luego leí Doce anillos y Recreaciones, novelas donde el manejo de la sátira es de los mejores que he leído alguna vez. Un tipo para seguir sin vacilaciones. Todos sus libros en español han sido editados por Acantilado. Aquí escribí algo sobre El último territorio.
5. Aleksandar Hemon (Sarajevo, 1964). Es mi apuesta a Premio Nobel de Literatura por ahí por el 2050. La cuestión de Bruno y El hombre de ninguna parte son libros deslumbrantes, que trabajan temas como el desarraigo y la memoria de manera soberbia. Acaba de aparecer en español una nueva novela, El proyecto Lázaro. Desgraciadamente ya no lo edita Anagrama, sino Duomo, que no tiene distribución acá. Si llega, llegará carísima. Para saber un poco más de él, aquí hay un magnífico artículo suyo donde habla de su vida en Sarajevo y la literatura; acá, una reseña de El proyecto Lázaro, escrita por Alberto Manguel (también se puede leer las primeras páginas del libro); y aquí, mi reseña de El hombre de ninguna parte. Hemon, tras los pasos de Conrad y Nabokov, es un gran escritor en inglés, aunque su lengua nativa es otra.
6. Alejandro Zambra (Santiago, 1975). Sus dos novelas, Bonsái y La vida privada de los árboles, están entre lo mejor que se ha escrito en Chile en esta década. Zambra, con su modelo minimalista de escritura, demuestra que la concisión y el cuidado por la escritura son virtudes espléndidas que se traducen, en sus manos, en obras memorables a pesar de su brevedad. También leí, hace poco, su excelente cuento «Noventa días», incluido en la antología Vagón fumador. Aquí está mi reseña de la segunda novela y acá la que escribí sobre Bonsái.
7. Vasili Grossman (Berdichev, 1905) En realidad, sólo he leído una novela suya, pero qué novela: Vida y destino es una de las grandes obras de la literatura universal. Acá está el artículo que publiqué sobre ella en Artes y Letras. También leí Un escritor en guerra, de Antony Beevor, que contiene largos fragmentos del diario que llevó durante la Segunda Guerra Mundial. Y estoy juntando el ánimo $uficiente para comprar Todo fluye, también editado por Galaxia Gutenberg.
8. Michel Faber (Holanda, 1960). Otro viajero, otro trasplantado: Faber nació en Holanda, pero sus padres emigraron pronto a Australia, donde estudió literatura, y ahora vive en Escocia, país donde transcurre su primera novela, Bajo la piel, un curiosísimo experimento narrativo que sólo la manía de etiquetar podría inscribir en la sección de ciencia ficción. En realidad, es una novela sobre el otro. Con la segunda, Pétalo carmesí, flor blanca, ganó fama y lectores. Como este listado está muy auto referente, no me da pudor decir que en la contratapa de la edición en Compactos Anagrama citan el final de mi reseña, que está acá.
9. Amélie Nothomb (Kobe, 1967). Nació en Japón porque su padre es diplomático, pero es belga, escribe en francés y vive en Bruselas. Es muy prolífica -casi, casi una novela por año- y, por lo mismo, es irregular; de hecho, sus últimas novelas no han estado a la altura de las que más me han gustado, todas publicadas y leídas en esta década: Estupor y temblores, Metafísica de los tubos, Cosmética del enemigo. Totalmente recomendable, en todo caso, aún en sus obras menos buenas, que tienen, de todos modos, la mirada original y la imaginación loca que me gustan mucho.
Menciones honrosas para autores de los que no he leído lo suficiente: Daniel Sada, por Casi nunca; David Lodge , por ¡El autor, el autor!, uno de los homenajes literarios más entrañables y bien escritos que he leído; Fabián Casas, por Ocio; Natalia Ginzburg, por Querido Miguel; Flann O’Brien, por La vida dura; Goran Petrovic, por Diferencias; Alan Bennett, por Una lectora nada común y La ceremonia del masaje; Chang-Rae Lee, por En lengua materna.
Faber también es un muy buen cuentista. Si no has leído sus cuentos, te los recomiendo.
Sólo he leído uno, «Adiós, Natalia», que apareció en el n. 7 de Granta en español. Me gustó muchísimo, qué bueno que me lo recordaste. Espero que pronto publiquen más obras suyas.