En la librería Gonzalo Rojas, del Fondo de Cultura Económica, encontré hace unos meses este librito de Daniel Sada, parte de la colección «La centena narrativa«, de la editorial Aldus y Conaculta (el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México). De Sada sólo había leído Casi nunca, la novela con que ganó el Premio Herralde y que fue, a la vez, su debut en Anagrama. Hace poco hablábamos con Andrea Palet, vía twitter, sobre el bajón en la calidad promedio de esta editorial, especialmente en la colección «Narrativas hispánicas». Bueno, Sada, Rodrigo Rey Rosa (ojalá Anagrama republique todos sus libros, hoy inencontrables por la desidia de Seix Barral) y Martín Kohan, entre otros, salvan a la colección de la decadencia: sigue siendo un catálogo interesantísimo, aunque más expuesto -por razones diversas que no pudimos precisar a ciencia cierta- a decisiones editoriales reñidas con mínimos de calidad.
El aprovechado, de 73 páginas, incluye tres cuentos. Leí los dos primeros hace tiempo y ahora completé el tercero. Me gustó mucho Casi nunca y ya estaba preparado para el peculiar estilo de Sada, cuya sintaxis retorcida da origen a oraciones que giran, se interrumpen, saltan y vuelven y se cierran. No en vano se refieren a él como un escritor «barroco» y hasta la entrada de wikipedia recoge esta cita de Bolaño:
Daniel Sada, sin duda, está escribiendo una de las obras más ambiciosas de nuestro español, parangonable únicamente con la obra de Lezama, aunque el barroco de Lezama, como sabemos, tiene la escenografía del trópico, que se presta bastante bien a un ejercicio barroco, y el barroco de Sada sucede en el desierto.
Los tres cuentos tienen en común el humor pícaro y el retorcimiento de la sintaxis; y, tal como la novela, plantean una severa exigencia al lector. De hecho, «El aparecido» y «Eumelia», los dos primeros, tienen tal dosis de localismos que cuesta seguir la trama; y se trata además de cuentos que narran historias tomadas del mundo popular mexicano, más cercanas al habla cotidiana y por lo mismo más desconcertantes para el lector foráneo. En el primero, un personaje que acarrea la cruz de Cristo en una procesión es perseguido por un acreedor; en el segundo, una anciana lleva una muestra de sus heces al consultorio y un infortunado ladrón le roba la cartera. Ya a partir de esos datos se puede deducir de dónde surge la picaresca tan cara a Sada, pero no su manera de rodear los temas antes de resolver la trama.
El tercer y más largo cuento, «Quién es quién o quién no es alguien», es el que más me gustó. Detrás de una historia que parece hermanarlo con los anteriores, hay una rica reflexión sobre las relaciones entre la ficción y la realidad. El gigantón del barro, que siempre planteó preguntas desconcertantes a sus amigos, recibe un fuerte golpe en la cabeza; cuando se recupera, algo se trastocó en su cabeza y narra, con el mayor convencimiento, historias imposibles, disparatadas, desquiciadas. En consecuencia, lo tratan como a un loco, lo recluyen y sólo entra a verlo el único amigo que soporta escuchar esos relatos demenciales donde lo que menos le pasa a Luis Carmona, que así se llama el gigantón, es que en Houston, Texas, un grupo de muchachas lo confunde con «un actor de cine (James Dean o Marlon Brando), a tal grado que se hizo necesaria la intervención del cuerpo policiaco para que al pobre no se lo comieran sus fans alebrestadas». Con una mirada bastante ácida sobre la clase media baja mexicana, Sada cierra el cuento de manera tan sorprendente como ambigua, un certero final abierto sobre el que se podría discutir muchísimo.
Otrosí: he avanzado en el libro de Chiara Bolognese sobre Bolaño. Mañana completo la reseña.
Cabe aclarar que en la lectura de Eumelia no le roban la cartera, le roban el frasco de heces fecales porque iban en una bolsa de Liverpool