Pocas horas después de enviar al editor un largo artículo sobre diarios íntimos y bitácoras digitales, cuya escritura me demandó largas horas previas de lectura, encontré el Diario de Luis Oyarzún en la librería TXT de Huérfanos con Teatinos. Me habían dicho que estaba agotado y que las últimas copias las vendía su editor, Leonidas Morales. Y bueno: agradezco haberlo encontrado en otro lugar, porque estoy en completo desacuerdo con los criterios de edición de Morales.
Es una enojosa costumbre, pero ya bien instalada, aquella de seleccionar fragmentos, en buena medida, supongo, para abaratar la edición. ¿Pero quién es quién para decidir qué es redundante y repetitivo? ¿Por qué no se le permite al lector la posibilidad de decidirlo? Morales parte, además, de una afirmación muy, pero muy discutible: que Oyarzún, «de haber tenido el tiempo y la intención de publicarlo {el diario}, tendría necesariamente que haberlo sometido a un trabajo de ordenamiento y, sobre todo, de reducción. No todas sus casi mil páginas tienen el mismo interés para un lector, además de incluir a veces extensas reflexiones ensayísticas, desarrolladas en forma bastante independiente, tal vez con el propósito de convertirlas en artículos de revistas o partes de libro». Ya. Suprimidas las reflexiones ensayísticas. Pero, si no van en el diario, ¿cómo podrá algún lector, alguna vez, acceder a ellas? Por lo demás, un diario es, o suele ser, un ejercicio de escritura transitoria que no debería ser editado, ni por el autor (aunque ocurre, a veces, pero es más tolerable) ni por un tercero (cosa que sí es enojosa).
Pero la intervención de Morales es aún mayor. No contento con seleccionar lo que él considera interesante, lo distribuyó en capítulos temáticos con títulos de su cosecha. «Me ha parecido legítimo», dice, «ordenar la selección en torno a unidades temáticas». Así, el lector deja de enfrentarse a un diario, es decir, a esa escritura errabunda que salta de un tema a otro y que se hila al compás del paso de los días, para encontrarse, en su lugar, con un conjunto de viñetas sobre distintos temas, todo muy ordenado. O desordenado. En el capítulo «Chile: escritores», hay un relato muy bueno que Morales bautizó como «Volando con una piel de tigre de Neruda»; la anotación en cursiva, presumiblemente de Oyarzún, indica que la entrada del diario fue escrita «volando de Moscú a Praga», el 14 de noviembre de 1957. ¿Acaso el lector quiere saber si Oyarzún escribió algo más sobre ese viaje? Con paciencia, se puede encontrar en el capítulo «Europa, Estados Unidos: ciudades, pueblos, gentes», unas cien páginas más allá, otras entradas referidas a Praga y Moscú.
Irritante, por decir lo menos. Qué ganas de leer el diario como se lee un diario, día por día, año por año. Porque vale la pena. Algunas viñetas son notables; algunos juicios sobre escritores, muy agudos. Pero a cada momento se echa de menos tanto el orden original como los vacíos que dejó Morales. ¿Cuánto de las más de mil páginas, no se sabe si manuscritas o mecanografiadas, subsiste en la edición impresa de 291 páginas?