Humo

Ya no llevaré la cuenta de los días, para no deprimirme por la dificultad de hacer entradas diarias.vagón fumador

Leí la antología Vagón fumador, de Eterna Cadencia, y escribí la reseña. No se me dan bien las antologías: ahora que reviso los cuentos para anotar las cosas que no quiero que se me olviden -el sentido de este blog-, me doy cuenta de que podría haber escrito algo totalmente distinto. Nada que hacer, en todo caso, ante los plazos impuestos por el diario.

Me acordé, por ejemplo, de Humo, un cuento extraordinario de William Faulkner que está en el libro Gambito de caballo.  El protagonista común de todas las narraciones es Gavin Stevens, el fiscal del distrito de Yoknapatawpha, y en este relato particular apela a su larga experiencia de fumador para tender una trampa al culpable de un asesinato y obligarlo a reconocer su culpa. Stevens cautiva al público y enloquece al jurado con una estrategia oratoria que parece simple y pura divagación:

-Yo siempre he fumado -dijo Stevens-, siempre, desde que me repuse de una intoxicación de tabaco a los catorce años. Es mucho tiempo, el suficiente para haberme hecho exigente en materia de tabaco. Pero la mayoría de los fumadores son exigentes, a pesar de los psicólogos y de que se ha uniformado la calidad de los tabacos. O quizás sean los cigarrillos los que han sido uniformados. O quizás parezcan todos iguales a los legos, a los no fumadores.

Y así suma y sigue, pero sus reflexiones sobre el tabaco y los fumadores tiene un derrotero cuya precisión es parte de las grandes y gratas sorpresas del cuento. Y de todo el libro, en realidad, si no es el humo, es el whisky, o un remo, o cualquier cosa que escape del orden habitual, lo que desencadena el flujo verbal de un abogado acusador que está, o debería estar, entre los grandes personajes de la narrativa de Faulkner.

También me acordé de Ítalo Svevo y su grandísima novela La conciencia de Zeno, que se articula en torno a cada último cigarrillo que fuma el protagonista. «Era un último cigarrillo muy importante», dice, por ejemplo, el protagonista, cuando lo usa para marcar el paso de los estudios de Derecho a los de Química. Y ya en la vejez, puede incluso reconocer que «desde hace un tiempo, fumo muchos cigarrillos… que no son los últimos».

Y bueno: los cuentos de Vagón fumador son, en general, muy buenos. No hay puntos débiles, como suele ocurrir en estas recopilaciones donde además suelen intervenir el amiguismo y la urgencia por la acumulación. No, aquí todos son al menos dignos y la mayoría, excelentes. Hay a lo menos tres que delatan o denotan un origen autobiográfico; los tres tratan o aluden a los esfuerzos por dejar el -no quería decirlo, pero parece que no queda otra- vicio del tabaco; y de ellos quiero poder acordarme después. Noventa días, de Alejandro Zambra, es un diario del tratamiento para dejar el cigarrillo. Citas, viñetas, momentos, construyen una vida cotidiana hecha de amistades, libros y, claro, el humo del cigarrillo que no por vedado deja de estar presente. Un cuento que podría ser una novela (de Zambra). Para dejar de fumar, de Hebe Uhart, es una muy graciosa aproximación a la moda de los grupos de terapia para enfrentar las adicciones. Tabáquicos anónimos, se podría decir. Y Química y tabaco, de Elvio E. Gandolfo, está a cargo de un no fumador que habla del gran fumador que fue su padre, un obrero atrapado por la imposible tarea de conciliar el ahorro con su desenfrenado tabaquismo. Cuentos inteligentes, bien planteados, sencillos en su desarrollo, que logran una gran empatía con el lector, aunque quizá debería hablar sólo por mí mismo: el asunto me toca muy de cerca.

También me gustaron mucho otros dos cuentos: Stainbarguer, de la muy joven Sol Prieto (1985), por su deriva política, urbana y porteña, y Mi prima Histeriqueta, de Alberto Laiseca, por su desmesura y su humor negrísimo.

4 comentarios sobre “Humo

  1. Claro, lo tiene, pero a él lo citan al menos Zambra y Uhart («no sé si fumo para escribir o escribo para fumar»), y por eso no lo mencioné. En realidad hay mucha literatura en torno al humo. Está también la imperdible novela de Rubem Fonseca Y de este mundo prostituto y vano sólo quise un cigarro entre mi mano, que sistematiza la afición de Mandrake por los puros.

  2. «Ya no llevaré la cuenta de los días, para no deprimirme por la dificultad de hacer entradas diarias».

    Bien! Tan sano como es lo que haces, y fructífero para tus lectores, puede ser malsano aherrojarse a una nueva obligación del calendario, más encima autoimpuesta.

    Abrazos

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