¿Qué hacer con la dispersión en las lecturas? Hoy comencé Diferencias, de Goran Petrovic, cuyo comienzo -digamos, el primer cuento casi completo- me pareció magnífico, distinto, compuesto por fragmentos que daban la impresión de pertenecer a un conjunto aún mayor, de contornos indefinidos, algo así como una tela esponjosa, un globo de formas irregulares, o, mejor, una red cuyas líneas o cuerdas extraordinariamente bien dibujadas nunca dejan ver la forma del total ni el secreto designio de los nudos que las unen.
Pero se me quedó en la oficina. Me di cuenta cuando, milagro de milagros, iba sentado en el metro desde la primera estación, y me esperaba una largo viaje hasta la editorial Uqbar, en Las Condes, casi al frente del Tavelli. Por fortuna, llevaba dos artículos que había impres para una lectura fuera de la pantalla. El primero es «Crítica del panorama», de Gustavo Guerrero, aparecido en Letras libres. Se trata de un recocido sobre tesis bastante manoseadas sobre la existencia o inexistencia de la narrativa latinoamericana. Francamente, la pregunta ya me parece descabellada: es como esas intentonas de filosofía adolescente aderezadas con un par de conceptos de la física mal digeridos que ponen en duda la existencia del cuerpo. Habría que preguntarse, más bien, es es posible intentar una aproximación coherente y razonada al conjunto. Reconozco, eso sí, que lo leí bastante prejuiciado, porque había leído antes la crítica de Gustavo Faverón en su blog al mismo artículo. Yo sólo agregaría a sus críticas, que comparto plenamente, que Guerrero omite, o considera muy parcialmente, a la generación literaria que dialogó primero con el boom, mucho antes de que Fuguet y Gómez publicaran su oportunista oposición entre Macondo y Mc’Ondo, que sigue siendo citada, para mal de males, como si se tratara de una verdad consagrada. Se trata de los escritores nacidos en la década del cincuenta, donde destacan, entre otros, Villoro, Rey Rosa, Bolaño, Sada, Castellanos. Y Aira, que es del 49. Allí hubo una manera, todo lo diversa que Guerrero quiera, de responder a la anterior, la del boom o de algunos prominentes del boom, en ese movimiento de sístole y diástole que sigue siendo rastreable en el juego de las generaciones. Pero para eso hay que trabajar y no comulgar con ruedas de carreta.
El segundo es «Lo insondable», de Enrique Vila-Matas. Lo encontré acá, y para allá remito. No lo he terminado aún; a la vuelta de Uqbar me vine leyendo un cuento de Alejandro Zambra, «Noventa días», que abre la antología Vagón fumador, editada por Eterna Cadencia. ¡Gran cuento! Ya comentaré el conjunto. Y algo diré del artículo de Vila-Matas. Y continuaré mañana con Petrovic, mi próxima reseña en El Sábado. Ahora tengo que cumplir con deberes domésticos.
La pregunta que abrió esta entrada es, desde luego, retórica.